Rebusca los puestos de especias, habla con los vendedores y que te cuenten su forma de cocinarla. Creo que no hay nada que me pueda gustar más. Recuerdo en Hong Kong una charla de los millones de clases de Té y sus mil formas de prepararlas. Marruecos lo recuerdo bien, ese encanto mágico y esa necesidad de perderte en la medina y descubrir lo que se cuece en sus callejones imposibles. Piérdete y encontrarás. A mí siempre me pasa. Es raro el día que no terminas dando con algún puesto de buena fruta local o sus frutos secos maravillosos. En los países Mediterráneos y especialmente en Oriente Medio tienen una forma de combinar nuestros sabores consiguiendo sorprenderte con ensaladas con aliños y aderezos imposibles y que son deliciosas a más no poder.
Ayyy ya me perdía yo en alguna de esas escapadas.
Pero hay algo que me disfruto especialmente. Conocer de primera mano lo que se cultiva en cada zona y se ve en la plaza. Esos puestos que muestran la agricultura local y que te enseñan cómo cocinarlas. Luego dejarte caer por algún puestecito y probar platos y ensaladas con salsas y presentaciones de lo más intrigantes o esas masas fritas o al vapor con alguna mezcla de verduras y especiadas locales. Llámalas briouat, gyozas o simplemente pastelitos o empanadas. Mezclas que sólo disfrutarás en esas calles pero que seguro te acompañarán para siempre. Lo pintoresco de los escenarios, el espíritu viajero y las ganas de probar lo más extraño para descubrir matices que jamás habías imaginado.
Y las frutas ¡ay las frutas! Mi perdición. Sin duda son la mejor comida callejera. Sólo debes visitar la plaza local, escoger esa pieza que te mira de reojo y comerla tal cual. Explosión de sabor local y el tentempié perfecto. Es una de las cosas más alucinantes de viajar.